…como cuando compras compulsivamente, o dejas de beber de golpe, la acción-reacción de chocar contra tu cuerpo me produce desgarros en los sentidos. Las cuatro paredes en las que me he recluido estos días, ¿eran una cárcel o un atisbo del paraíso?. No lo sé.
Me lleno de antojos ante tu sola presencia: escenas de risas, jardines inviolables, momentos húmedos, situaciones propias de un matrimonio, el aquí y el allá resumidos en un truco de magia que dibuja tu cuerpo bajo el agua.
¡Esto es vida!. Desayunos caníbales, almuerzos empalmados con cenas y cenas inexistentes; horas, días, semanas en una cama; morbo, flaquezas, desnudos, el pulso acelerado, disertaciones, discursos ante un ordenador lleno de las huellas más buscadas.
Y entonces me miras.
Y no hay nada más allá.
No queda mundo detrás de tus ojos.
Adiós a miserias, a dudas, consejos, a voces ratoniles que señalan al rencor, a mi sombra, que espera a que vuelva a mi cuarto. Se borran de golpe días de gloria y días de espanto. Se cierran llagas, problemas y la ansiedad, la condenada ansiedad. ¿Qué es eso?, ¿mi vida antes de ti?. Joder, es verdad. Ahora que no estas, ella vuelve.
A tu lado el calor sería más humano. Esta promiscuidad es dura (y solo han pasado horas), como un delirium tremens antes de dormir.
Los síntomas son dolor, alucinaciones, soledad y espasmos de un amor que nace. El diagnóstico: síndrome de abstinencia. Y la receta eres tú, porque el tratamiento sólo me exige chocarme otra vez contigo.
Preparados, listos, ¡ya!. A seguir corriendo.
P.D.: Lo de la cárcel lo digo porque perdí el sentido de los días, porque perdí la libertad de hacerme daño a mi mismo. Hay alguien que se ha convertido en mi droga, y no me avergüenzo de seguir consumiendo mientras haya existencias.
Por cierto, Eloy, tú si que eres grande.
1 comentario:
Espectacular!!!!
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