Érase una vez una joven, bella y hermosa, que todos los días salía al mundo sola, con decisión y valor, a enfrentarse a todo aquél que se interpusiera en su sino, a auxiliar a todo el que le pidiera ayuda, a guardar la esperanza de que las sombras algún día desaparecerían de su horizonte.
Todas las mañanas, esta joven guerrera cubría su cuerpo con una coraza heredada de antiguo, más fuerte que el grito de los agónicos, más dura que las raíces de los árboles, para proteger de sus enemigos lo que amaba, sus ilusiones y sus anhelos. Los cubría de los que vienen a hacer daño, de los que nunca serán parte de su vida y, desgraciadamente, también de los rayos del sol que brillaban para ella.
Al anochecer, cada día, volvía a casa a relajarse, disfrutar, abstraerse de lo que ya había pasado, a quitarse la armadura y contemplar lo que vemos todos los seres humanos con alma ante el espejo: los restos de una batalla diaria con el destino, el pecho en carne viva bajo la coraza, las cicatrices púrpuras que da la experiencia, los agujeros de bala, tan cercanos al corazón…
Pero ella no se amilanaba, secaba las lágrimas con convicciones y consejos autoimpuestos, mesaba sus cabellos con manos curtidas y cerraba las heridas con el hilo de oro que le caía sobre los hombros… Siempre pensando que no era lo que observaba.
“No me verán así”, “No desnudarán mis sentimientos”, se gritaba, con todo el derecho que tiene una mujer a la que todo el mundo mira desde abajo. Se lo gritaba a sus ojos, aquellos arañazos de amanecer azul, tiernos y secos, dulces y suaves, tristes a ratos y eternamente bellos.
Se lo gritaba cuando no hacía falta, cuando sabía perfectamente que siempre tendrá un refugio en el cuerpo de sus amigos, cuando nunca le faltarán personas con las que compartir sus días. Pero seguía dudando, pues vivimos en un mundo en el que todo es relativo, lo que provoca miedo hasta en las conciencias más puras.
Entonces apareció un trovador, un danzante de los de antes, de un planeta y unos tiempos ya extinguidos, que comenzó a cantarle a su corazón cuando más débil latía: …las quimeras arden igual que el papel… las fuerzas de los hombres se sacan de donde no hay… …no eches cuenta a quinielas perdedoras… encontrarte es encontrar un diamante… conocerte es conocer la ciencia del universo… querida amiga guerrera, este cuento no tiene fin… pues la vida aún no ha acabado… y quiero verte sonreir en la oscuridad…
P.D.: Gracias por las fotos. No me importa ser, en absoluto, tu sumidero de paranoias. Ya sabes que no podras con el peso de la tarta de cumpleaños que te espera. Besos.
1 comentario:
Emmm, hola¡
Esto... ¿quién eres?
Gracias por recoger mi mano, espero serte de ayuda, aunque no sepa quien eres, estoy aqui para lo que necesites... dejemosnos de individualismos absurdos, somos seres sociales por naturaleza, necesitamos a gente a nuestro alrededor y, si son desconocidos, más por conocer y descubrir ^^
Gracias tb por tu comentario.
He estado hojeando un poco tu blog, me gusta mucho ^^ hay algunos relatos que me hacen recordar algo que no he vivido y, por lo que veo, conoces a Javi. Mira, ya tenemos algo en común :p
Te enlazo para no perderte¡ Besos y nunca pares de escribir, que está siendo la mayor pandemia, ni los exámenes nos lo pueden impedir¡
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