martes, 17 de junio de 2008

Nada más solitario

Tarareaba la canción de Calamaro. Solo, en medio de la calle, acercándose a la casa de ella. Había descubierto la canción ese verano. Otra canción que marcaría una época…

La época de un amor condenado a morir, ya que era el último día que compartirían antes de que ella se marchara, antes del último adiós. Un amor sentenciado a la tumba nada más nacer. Pero que, como todo aquello a lo que llamamos grande, debía morir en lo mejor de la vida.



Vuelven de dar un paseo, cogidos de la mano. Ya es hora de que ella regrese, aún no lo tiene todo listo para el viaje hacia aquél sitio lejano, remoto, doloroso.

Una última mirada, una última frase, un último gracias, un beso de despedida, el más largo, el más arrastrado hacia dentro, hacia unos pulmones que gritaban por aspirar de nuevo su aroma. Un último mensaje “Hasta luego,hasta pronto...gracias adlantadas xl regalo xq seguro qm enknta”.

Esperaba en la parada, viéndola desparecer por la última esquina, memorizando su cadencia de pasos, sus miradas hacia atrás, a lo que abandonaba…

¿Cuándo la volveré a ver?

¿En meses?

¿Años?

¿Nunca?

Eso le hizo bajar la cabeza, reprimiendo las lágrimas mientras miraba al infinito, allí donde nada importa porque la vida comienza de nuevo, desde cero. Los esquemas se rompen, sin dolor esta vez, pero con la sensación de ser uno en el universo, como los astronautas mirando a través de los cristales de su nave.

Una sensación que daba tanto vértigo que deseaba correr, hasta no tener fuerzas ni para respirar, ni para pensar.

Al acercarse el autobús lo decidió: “Hoy bien podemos ir a casa andando”. El camino era muy largo, pero sus ideas tardarían meses en desaparecer. A casa llegaría antes que ellas.


Poco o mucho tiempo después, no lo sabía, pues cuando caminas acompañado de tus sentimientos, el tiempo es relativo, pasó por debajo de una obra. Un piso de esos reformados dentro de antiguas fachadas, que tanto florecían por Triana entonces. Los albañiles tenían un cassete viejo y salpicado de la sangre blanca que parecía la escayola, apoyado en una ventana. Escuchaban la radio mientras trabajaban.

Como era la hora de comer, no se oía un solo ruido en la calle, tan solo la radio:

… Lejos

en el centro

de la Tierra

las raíces del amor

donde estaban

quedarán…

Hace frío, sube los hombros. Mientras camina las lágrimas de felicidad florecen, los labios se estiran hasta alcanzar una sonrisa que viene del corazón. “Alguien me quiere. No está aquí. Pero alguien me quiere. Y yo se lo he podido demostrar…”

Mañana será otro día, pero esa canción le recuerda que es un solitario.

Solo.

Pero orgulloso.

1 comentario:

Soledad Burgos dijo...

siempre hace frío....el tema es sortearlo de buena forma