Dejar de pensar

Quiero dejar de pensar. Dejar de sentir las ausencias. Poder escuchar la puta radio sin que los fantasmas se sienten a mi mesa, metiendo sus frías manos por mi espalda.

Deseo que desaparezcan los recuerdos a flor de piel, que provocan pesadillas incluso en los oasis en los que descanso del dolor. Raspo cada día en la ducha aquel tatuaje que me hicieron, aquel que pesa tanto que me arranca la epidermis cada vez que voy a los sitios que compartimos, cada vez que veo nuestras fotos, en las que sonreímos con falsa felicidad. Incluso en los momentos en que no puedo dejar de hablar de este tema.

Y vengo aquí cada día, a ponerme frente a vosotros, mientras los perros de la ira y la desesperación devoran las pocas entrañas que quedan. Intento evitar sentarme aquí para no rebuscar en recuerdos dolorosos: álbumes que aún no me han regalado, una caja llena de lo que ya no soy palpitando desde el fondo del armario, releer entre los huesos machacados de mi cuerpo y una maldita conexión a Internet, que me muestra la felicidad de aquellos que, en un mundo justo, no la merecerían.

Afortunadamente, aún puedo encontrar los rubíes de la esperanza, reclamados por un escriba anónimo y original, que pide lo que pedimos todos los desahuciados. En este caso, en las paredes de las obras del Metro…

"...que no me sienta inútil sin los verbos que conjugas
que aprenda a valorarte, tus palabras, mi silencio
déjame saber lo que es echarte de menos

Y volver por tu cintura
a los parques que nos vieron juntos
Veinte soles, veinte lunas, nadie más

Pasear por la avenida en la que un día
te seguí hasta conseguir que me pidieras algo más..."