Sentía dolor. Por algo que no era físico. Y eso hacía que fuera tan intenso que se despertaba de una pesadilla, viendo que lloraba delante de la pantalla de ordenador, al leer, como sobre un papiro viejo y arrugado, sus propios sentimientos en la letra de otro.
Esa es la lucha continua por olvidarla. Dejar atrás aquellas gafas de lectura, las críticas a bolsos ajenos, llenos de ositos, el atún-pasta y la pizza de los martes. Abandonar los crujidos de sus pies, el olor a Nenuco o el mal gusto por Disney. Conseguir esconder en el último archivo de su mente el jabón resbalando por su espalda, las mantas que esconden lo más buscado del salón: los “calla, que nos oyen”, los “no me mires”, el “suspira muy raro”, los besos en la nuca, el vello erizado, la promesa sangrante de una noche breve e inacabada…
Otra vez Atlas, con el peso del mundo sobre los hombros, mientras la casa de derrumba a su alrededor.
Y se vuelve a despertar. Otra pesadilla. Otra vez delante del ordenador. Ahora, ahogándose en la lista de canciones para el mp3, porque ahora, elegir una canción u otra es como elegir qué brazo quieres sacrificar. Porque la televisión, el cine, los libros, ya no llenan de otra cosa que no sea el amor que acaba de arrancarse del pecho. Porque ella tarda en secar más de la cuenta, como las manchas de aceite sobre el traje que más te gusta.
Es curioso ver cómo la historia se repite, y deseaba pedirle que ella le abandonara, que saliese de sus sueños y no le hundiera más. Pero ella volvía, se encadenaba a su cuello y su orgullo se volvía fugaz, temporal, como el de Aquiles.
Olvidar es morir en vida, es dar la espalda a un tren que te arrolla, es acabar con los dedos llenos de tiritas, es llorar en silencio para no despertar a nadie, es dejar preguntas en el aire para no provocar más sufrimiento, es enmudecer… es tocar el cielo cada noche, pero sin ella.
Sudar sin su piel contra la tuya es sentir calor del hielo. Y, en estos últimos días, sabía que pocos fríos helaban como ese.
Se lo dijo a sus amigos, que sí, que sabía que necesitaba tiempo, pero el tiempo ahora es espeso, los minutos son horas. Los días, meses.
Y se vuelve a despertar. Otra pesadilla. Otra vez delante del ordenador. En esta ocasión, escribiendo unas líneas que solo algunos comprenderán.
1 comentario:
Yo también he pasado por esas largas horas de 70 u 80 minutos... Esos momentos interminables en los que lo único que quieres es acurrucarte y llorar hasta que no puedas llorar más porque tus ojos no lo soporten.
Pero el tiempo pasa... Te espero al otro lado.
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