Cuando desperté estaba en la camilla de un hospital. Abrí los ojos de golpe, como cuando una sombra pasa por delante de ti. Tardé un tiempo en darme cuenta de donde estaba, y al intentar levantarme, alguien llamó a la puerta de la habitación.
Se trataba de un médico, de esos de vieja escuela, mayor, canoso y lleno de arrugas. De esos que miran por encima de la montura de las gafas y llevan su nombre grabado en el bolsillo de la bata. En letras azules esta vez: Dr. Fleischman.
- Bien, bien, bien- decía mientras ojeaba mi expediente.- Creo que podremos darle el alta esta misma tarde, señor…
- Un momento, ¿el alta de qué?, ¿qué hago aquí?- estaba embotado del sueño y no conseguía emparejar los recuerdos. Él me miró con sincera comprensión.
- ¿No recuerda la herida su espalda?- ¡Oh dios!, es verdad, el puñal, en aquel bar, cómo caí al suelo… todo empezaba a acudir a mi cabeza de sopetón. Aquella mujer, sobre mí, observándome con ternura mientras mi sangre se secaba en el arma con la que me atacó.
Al reconocer mi reacción, el médico se sentó junto a mí, en el borde de la cama, y cruzó las piernas. Se quitó las gafas y esos ojos negros y profundos como raíces de montañas, acostumbrados a deslumbrar desde la experiencia, recorrieron mi cuerpo hasta llegar a mis manos.
- ¿De qué son esas heridas en los nudillos?- casi como un chiquillo avergonzado, crucé los brazos, ocultando las manos de su vista.
- Como tú quieras. Pero te diré una cosa: si son debidas a la frustración, la impotencia o el sufrimiento, golpear paredes no es lo más sano. Y tampoco es la solución.
Mi cara cambió a la expresión de sorpresa. ¿Cómo podía este hombre saber tanto de mi sin conocerme?. Entre la embotadura de la cabeza y tantos cambios de ánimo en segundos, debía parecer un concursante de televisión novato.
- …Y respecto a la herida de la espalda –continuaba- se trata tan solo de un rasguño sin más complicaciones.
¿Sin más complicaciones?- pensé, olvidándome de los nudillos, mientras me retorcía para mirarme el costado. Al levantar el pijama del hospital, vi que la herida que me dejó inconsciente en el suelo de aquel bar era solo un fino corte, como hecho con una hoja de papel. Lo toqué. No sobresalía apenas sobre la piel. Un arañazo. Demasiadas sorpresas para llevar cinco minutos despierto.
- ¿Cómo es posible…?- levanté la cabeza hacia el dr. Fleischman- Si recuerdo haberme desmayado del dolor, y llenar de sangre el suelo, como si fuera a morir… –en aquel momento se incorporó de la cama, se puso de nuevo las gafas y adquirió, otra vez, ese aspecto de viejo profesor.
- Hijo mío, podrán ser leves, podrá parecer que nunca existieron, podrás fingir que nunca ocurrió –soltó el expediente en su cajón- pero cuando una mujer hiere. O es para matar. O es para volver a nacer.
Y cerró la puerta saliendo de la habitación, dejándome allí, sentado sobre la camilla, con el pijama aún levantado y con mil preguntas en la boca.
4 comentarios:
Guauu... me encanta¡¡
El otro dia no te tuve que aguantar porque el tiempo q paso con la gente q kiero no lo gasto, lo invierto y lo disfruto. A mi tb me encanta compartir ese tiempo cn gente honesta de verdad
Aunque no lo creas, me llego al alma lo de Pressing Catch.
Se que intentaba sacarle hirro al asunto de decirme que deberiamos estar juntos, y dejarnos de tonterias con nadie mas.
Pero hasta que no este preparado para decirmelo en serio, sin ninguna broma despues, no podre tomarme en serio lo que quiere.
dichosos los ojos que te leen,,,me encantó...de verdad me encantó
un beso
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