viernes, 23 de mayo de 2008

500 noches II - Por la espalda

Absorto en mis propios sentimientos, me ahogaba en nostalgia y melancolía, sin atender a lo que pasaba a mi alrededor. Creo que llovía… si, el cielo estaba gris y llovía, lenta y pausadamente, de manera que no me importaba mojarme la ropa.

Era sábado, y me dejaba arrastrar tanto por mi subconsciente, que cuando mis amigos querían llevarme de marcha por ahí, no me daba cuenta de nada.

Me guiaban de aquí para allá, presentándome gente nueva, conociendo conocidos o, simplemente, abandonándome a una tediosa conversación, sin fondo, sin causas, sin futuro. Me sentía como uno de esos policías que salen en televisión, con un círculo borroso en el rostro, quitándome cualquier nitidez sobre mi entorno, escondiendo en una cara pixelada la sonrisa, el llanto o el miedo, convertidos en líneas.

Nadie podía comprenderme. Y los que podían, estaban cumpliendo sus sueños en ese momento: atrapaban unicornios, pintaban a su musa, escalaban hasta la muerte o conquistaban algún país. Mientras que mi única actividad era morderme las uñas, y hasta eso quería dejarlo.

Era una de esas noches de falta de “creatividad desesperada”, en la que deseaba desconectar y volar mil millas, allá a lo lejos.

Mientras repetía mentalmente tres frases (empujar corredera, quitar seguro, amartillar, empujar corredera, quitar seguro…), me aburría oyendo sandeces y charlas estúpidas, como un perro flaco a la puerta de un bar, cuando algo me llamó la atención, unos ojos fugaces, interrogantes, verdes…


Su nombre era Alicia, vestía raro, de estilo victoriano, con delantal y zuecos, y su acento delataba que no era de por aquí. La conversación surgió de manera natural, comprensiva, luego de casual pasó a íntima. Se atusaba el pelo con la mano derecha y luego la ponía sobre mi brazo.

Miraba los ojos y no esquivaba los temas. Soltaba verdades como puños, pero aquello parecía más una ensoñación que un combate, porque los golpes no iban contra mí, sino contra el aturdimiento y la cáscara que me rodeaban, rompiéndolos poco a poco.

La ensoñación se hacía cada vez más interesante, tanto que no prestaba atención a otras cosas. Fue así como deslizo su mano por mi espalda y me robó el puñal, aquél que me regaló un viejo amigo.

Fui a pedir otra ronda, ella me esperaba sentada tras la mesa. Estaba acercándome a la barra cuando lo sentí. Era un dolor profundo y desgarrador. Era tan intenso que me nubló el sentido, me secó la boca impidiéndome gritar, o pedir ayuda. Era un dolor distinto al resto, que empezando por el costado, me recorrió todo el cuerpo, haciéndome caer de rodillas.

Miré el suelo, ya no sabía donde estaba. Miré mis manos, no parecían las mías. Tardé mucho tiempo en comprender que sí era yo y que seguía en aquel bar. Tardé el tiempo que se tarda en madurar. Comprendí que provenía de la espalda… me habían atacado por la espalda. Me giré.

Alicia había salido de detrás de la mesa, con el mismo puñal que me había quitado en la mano, ahora rojo de mi propia sangre, y ahora me miraba desde lo alto, con las piernas separadas y la cabeza baja, detrás de mí.

No conseguí separar la mirada de los dos rubíes que tenía bajo las cejas. Mi sorpresa fue mayor cuando descubrí que no había rencor, ni furia en ellos. No me observaba como un cazador ante su presa, o como alguien que ha satisfecho una venganza. Más bien me miraba con ternura…

3 comentarios:

Fani Escoriza dijo...

Gracias... porque sé que no estoy sola, porque sé que estáis ahí.

Ay, esos ojos verdes que te sacan el puñal .... ;)

Anónimo dijo...

Muy wapo, chaval...

Cada vez lo haces mejor.



¿Sigues vivo o me vas a obligar a bajar al infierno y traerte a rastras de los pelos?

Anónimo dijo...

Descubrí por casualidad este blog. He estado observandolo en silencio, atenta a tus entradas.
Rompo mi silencio para decirte que con este relato me has cautivado...

Seguire aquí, aunque no me veas.