Hoy, como todos los días, ha tocado radioterapia frente al espejo: mañanas perdidas, tardes extrañas, noches inagotables… todo un surtidor de dolor en 24 horas. Petróleo denso y negro que riega mi jardín, una masa pegajosa que lo cubre todo, que lo empapa todo, que lo asfixia todo.
Hoy, como hace un tiempo hasta ahora, me ha tocado ver más dudas en una persona que me importa tanto… Por eso le hablo desde aquí, de nuevo, intentando lo que ya han probado otros, señalando un camino que ya conoce muy bien. Porque me ayudo ayudándola.
Esta vez le quiero hablar de esperanza. Le hablo de una luz al final del pasillo, en la habitación del fondo, indicando que hay alguien esperándola en la cama. De un “te recojo a las ocho” al otro lado del teléfono. De una voz que le susurre: no vas a morir… ni aquí… ni ahora… conmigo vivirás para siempre…
Le quiero decir que yo también sé lo que es querer acercarte a alguien, estrecharlo entre tus brazos, besar su cara, sus labios, decirle que jamás deberíamos habernos separado, que quiero conocer el amor con ella, no sin ella… También sé qué es querer hacerlo y no poder. Y lo que viene después, el estupor, la impotencia… el sufrimiento en forma de patada entre las costillas… aquello que te empuja a una caída, de manera que sólo deseas meter la cabeza entre las piernas y huir…
Pero también sé que eso es humo, nada más. Que es el daño que te inflige tu propio cerebro, un fantasma a los pies de la cama. Es una araña que teje penas sobre ti, cuya única solución la tienen los que se aferran a no mirar atrás y a centrarse en lo que está por llegar… Ojala mi amiga se convierta en una de esas personas, para que también pueda envidiarla a ella.
Por eso le pido que deje de llorar, que lave su piel de los restos de aquél que ya no está y se unte la esperanza por todo el cuerpo. Que fabrique una flor, maravillosa, joven y fresca, que atrape los rayos del sol y que de sombras a sus dudas, que oculte su dolor hasta la profundidad donde ni ella misma lo vea.
Le pido que cambie su caja de recuerdos de guerra por una de bombones y sorpresas, de maravillas de colores que bailen a sus ojos, dilatando sus pupilas, rozando sus mejillas, acunándola en el regazo de la persona que más desee. Que le ofrezca una melodía por cada desdén y un bocado de placer por cada despecho.
Día a día, esa esperanza hará crecer ilusiones por dentro, ilusiones que se antojaban inútiles, que le ayudan a ser feliz y que le mostrarán las cosas más bellas. Se lo prometo, porque sin ella no caminaríamos, porque si no existiera, no podríamos hacer nada, no tendríamos ninguna salida…
Átate la cuerda de la esperanza conmigo, alrededor de la cintura y deja que el aire de ser libre y de estar vivo entre en tus pulmones…
Atrapemos juntos burbujas, corazones de papel, sueños de hojalata. Durmamos sobre un lecho de rosas, como el que nos merecemos, como el que nos deben. Y nunca, nunca, nos soltemos de esa cuerda.
P.D.: Yo también tengo una caja así. A mí también me tiembla el pulso al cogerla… Quizás, algún día, nos sentemos junto a una hoguera, como hice hace tanto tiempo con Eloy, y las quememos juntos para que se conviertan en lo que quieren ser: cenizas.
Ódiale, despréciale, grítate a ti misma “¡él se lo pierde!”, deséale que conozca el verdadero mundo, aquél que está lleno de hijos e hijas de puta que no le tratarán como lo hiciste tú. Ya surgirá otro que construya tu destino, al lado de cuyo cuerpo merezca la pena morir, que te saque a bailar y te convierta en princesa todas las noches…
“Somos lo que amamos, no lo que nos aman. Eso lo decidí hace mucho tiempo”
Charlie Kauffman