Aún recuerdo el día que me enseñaron qué era una caza de brujas. Casualmente fue también el día en el que empecé a odiar el vodka. Un día especial en las playas de Mazagón, con una cámara de video y un cargamento de alcohol apestoso.
Siempre digo que l0s que comparten el dolor se convierten en miembros de la misma familia, y aquel día dejé entrar a un cosanguíneo más.
Compañero de fatigas, de cinturones de colores y kimonos. Testigo de llantos, hogueras con olor a mar y barbacoas de auténticos personajes. Romántico aunque lo niegue y positivo aunque mienta. Estudiante entre comillas y peleador de lo suyo. Alguien con el que siempre se puede acompañar un sueño o una ilusión en las noches tristes, porque es el que te haría sonreír hasta en el infierno. Con el que se llega a cualquier puerto y con el que se arrían todas las banderas. Impaciente y paciente al mismo tiempo. En sus palabras, un señor muy mamable. Un hermano, en fin, de esos que ves de navidad en navidad, pero que recibes con el más grande de los abrazos, ya que siempre tienes miedo a perderlo.
Uno de los pocos caminantes que aún se pasea por aquí (o el único mejor dicho) está hoy de celebración. Como no cumplo ni una sola de las promesas que le hago, le envío desde aquí todo el cariño del mundo y unas felicidades particulares. Espero que sean realidad mis esperanzas y su vida sea tan feliz como me la imagino.
Un abrazo.
1 comentario:
Joder, macho.
Vaya pedazo de regalo. Me has puesto los pelos como escarpias.
Los ojos blancos como huevos de paloma, a punto de empezar a leer, como decían aquellos.
Un abrazo muy grande, no sea que te escapes.
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